Salvemos el Día de la Tierra

Salvemos el Día de la Tierra

Nacido hace 42 años y celebrado desde entonces cada 22 de abril, el Día de la Tierra ha entrado ya en la mediana edad – y  se le nota.

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Nacido hace 42 años y celebrado desde entonces cada 22 de abril, el Día de la Tierra ha entrado ya en la mediana edad – y  se le nota. En lugar de ser la ocasión para convocar al público en pos de reformas de largo aliento, esta jornada se ha transformado (al menos en Estados Unidos) en una efemérides sosa e intrascendente, ignorada o cooptada por contaminadores y políticos.  Este año, por ejemplo, el gigantesco fabricante de pesticidas y semillas genéticamente modificadas Monsanto llenó buses y paradas de metro y aún las paredes del Ministerio de Agricultura en Washington con afiches  que hacen alarde de su campaña para ayudar a los granjeros a ser custodios del medio ambiente. Esto, después de haberle hecho juicio por violación de patente a los dueños de campos con cultivos orgánicos en los cuales las semillas de Monsanto fueron a parar por casualidad, arrojadas por el viento.

Decepcionados ante tamaño cinismo, algunos ambientalistas claman por la eliminación del Día de la Tierra. Pero eso sería tirar al bebé con el agua contaminada. Lo que debemos hacer es recordar la historia de esta celebración y recrear la visión que le dio origen.

El primer Día de la Tierra tuvo lugar en 1970, organizado por el senador Gaylord Nelson y el activista Denis Hayes. Su impacto fue tan grande que el entonces presidente Richard Nixon decidió que para ganar la relección debía convertirse en un presidente verde. A diferencia de otros sucesores que también invocaron ese título, Nixon cumplió. Fundó la Agencia de Protección Ambiental (EPA), que sus correligionarios actuales tanto gustan denigrar. Más aún: promulgó una serie de leyes fundamentales, como las de Política Nacional Ambiental, Aire Puro, Agua Pura, y de Protección de Especies en Peligro, que en teoría siguen siendo algunas de las normas ambientales más estrictas del mundo. De hecho, proveyeron el modelo para la legislación ambiental de otros países. 

Nixon no hizo todo esto porque fuera un amante de la naturaleza (el pobre diablo iba a la playa en zapatos), sino porque era un político calculador. El primer presidente del Concejo de Calidad Ambiental de la Casa Blanca, Russell Train, y otros colaboradores del ex mandatario han señalado que éste tenía muy en claro que durante aquel primer Día de la Tierra, 20 millones de estadounidenses—alrededor del 10 por ciento de la población total del país—realizó alguna tarea comunitaria, como plantar un árbol, limpiar zanjones, enseñar a los chicos a cuidar el ambiente o participar en manifestaciones afines. Esta oleada de compromiso ciudadano era de algún modo efecto de la obra de concientización de autores como Rachel Carson y Barry Commoner, activistas como Ralph Nader y, por supuesto, los movimientos de los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam. Nixon comprendió de inmediato que se trataba de un nuevo tema de la agenda política, que los demócratas podían usar en su contra en las elecciones de 1972. Y decidió adelantárseles.

En síntesis: las primeras grandes victorias ambientales fueron producto de la movilización popular y el activismo de base, que convencieron a un presidente apático que tenía que hacer algo si quería conservar su empleo. Pero ¡ay!, los activistas ecológicos de hoy –por no decir nada del ciudadano común- parecen haber olvidado esta lección.
Esto explica el fracaso de las grandes organizaciones ambientalistas, que durante los últimos años gastaron entre 100 y 300 millones de dólares en un fallido intento por hacer sancionar la ley de bonos de carbón (cap-and-trade): jamás tuvieron apoyo de base. “No podemos salir a la calle a militar por los bonos de carbón”, dijo un activista universitario. “La mayoría de la gente ni siquiera sabe qué son”. Y sin presión de las bases es imposible torcer la tendencia pro-negocios de Washington, que es hoy mucho más fuerte que lo que era en la época de Nixon.

Es necesario limitar el poder del dinero en política, pero esto también puede lograrse ejerciendo presión desde abajo. Después de todo, ha sido precisamente el activismo de base el que obtuvo las dos mayores victorias recientes en cambio climático: la dilación del oleoducto de Keystone XL y la moratoria impuesta de facto durante la última década a la construcción de plantas de energía alimentadas a carbón.

La política energética de Barack Obama es ecléctica, por decir lo menos; hasta deja abierta la puerta a una reconsideración del oleoducto de Keystone. Esta es la clara demostración de que los ambientalistas estadounidenses no han concentrado aún suficiente poder de base como para forzar al presidente a asumir un liderazgo más claro en cambio climático. “All of the above”, recordemos, es un slogan acuñado por los republicanos para hacer sus políticas de recortes más aceptables al paladar del votante medio. Este slogan suena sin duda mucho mejor que “Drill, baby, drill”, pero significa exactamente lo mismo.

Seamos justos: la promoción de la energía eólica y solar y la búsqueda de una mayor eficiencia en la producción de combustible merecen ser destacados como logros de esta administración. Pero cuando el presidente dice (como lo ha hecho hace poco en un acto de campaña, posando frente a unas enormes tuberías) que durante su gobierno se han construido suficientes oleoductos y gasoductos como para circunvalar la Tierra, y al mismo tiempo aumenta la perforación de pozos petroleros hasta niveles record, echa por la borda la credibilidad que alguna vez tuvo como político preocupado por la inminente catástrofe del cambio climático. La política energética de Obama viola también la promesa que hizo ante la Cumbre Climática de Copenhagen de 2009 de reducir las emisiones de gases de invernadero en un 5 por ciento de los valores de 1990. Aparentemente, el presidente piensa que puede cometer estas traiciones sin pagar un precio político demasiado alto. 

Este Día de la Tierra es ya tarde para demostrarle que está equivocado. Pero todavía queda tiempo antes de las elecciones de noviembre para darle a él, a su contrincante republicano, y a todos los candidatos al congreso, su propio “momento Nixon”.

Al igual que en el primer Día de la Tierra, necesitamos que millones de ciudadanos se pongan de pie y tomen el toro por las astas, asumiendo riesgos y arriesgando lo que sea necesario arriesgar. Como el cruzado climático Mohamed Nasheed, depuesto presidente de Maldivas, dijera hace poco a The Nation: “Para que los políticos te tomen en serio, debes poner un millón de personas en la calle”. En otras palabras, los ambientalistas solo vencerán si el resto de la población se les une. Como el entrañable ecologista Dr. Seuss escribiera en su libro The Lorax, publicado también por aquellos años: “A menos que alguien como tú se preocupe un montón, nada va a cambiar. Nada.”   

Traducción al español por Claudio Iván Remeseira.
 

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