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Robo de salario: ¿Crimen sin castigo?

Esta es una economía en las sombras: el 89 ´por ciento de las niñeras ni siquiera cobra salario mínimo.

Katha Pollitt

June 1, 2012

En el primer episodio de la serie de HBO “Girls”, Hanna, una joven de onda que aspira a convertirse en escritora, está enojada con sus padres porque éstos le han cortado los víveres; entonces decide robarse la propina que aquellos le habían dejado a la mucama del hotel en donde se hospedaban. Es una escena cómica, en parte porque describe la insensibilidad de la protagonista, en parte por la indignación que produce. ¿Qué clase de despreciable ser puede robarle el fruto de su labor a una mucama? En el show de TV, una malcriada estudiante de Oberlin; en la vida real, sus supervisores.

Ruth Milkman, profesora de sociología del Graduate Cener de CUNY y directora del Murphy Institute, cuenta un equivalente cotidiano del episodio de la serie; el caso pone de manifiesto distintos aspectos del fenómeno del robo de salarios, objeto de su investigación. “Se trata de una inmigrante mexicana indocumentada empleada por un hotel de lujo de Los Ángeles –dice Milkman en una entrevista telefónica para esta nota-. Esta mujer trabajaba más de 40 horas semanales pero cobraba sólo 40, y por el salario mínimo. La ley estipula que supervisores y gerentes no pueden tocar la propina de los empleados; pero, según la mujer, el supervisor pasaba por las habitaciones antes que las mucamas entraran a limpiar y sencillamente tomaba las propinas. La mujer entonces se quejó que no le estaban pagando todas horas que le correspondía; en represalia, la echaron. “Mujer indocumentada, bajo salario, que ni siquiera cobra lo que le corresponde y que, encima, cuando se queja, la echan. En resumen – dice Milkman–, una historia que se repite todos los días”.

Los trabajadores  que se hallan en la parte más baja de la escala salarial tienen que soportar muchas injusticias, como no cobrar por días de enfermedad. Pero hay algo particularmente  irritante en el robo de salarios: el patrón no sólo no paga lo suficiente sino que además se queda con una tajada, simplemente porque quiere y puede hacerlo. ¿A cuánto asciende este robo? Según “Leyes rotas, trabajadores sin protección”,  un paper de Milkman, Annette Bernhardt y otros que analiza la situación de los trabajadores de bajos ingresos en Nueva York, Chicago y Los Ángeles, el 26 por ciento de los casos analizados recibieron menos de la mitad del salario mínimo legal durante la semana anterior al estudio; en el 60 por ciento de los casos, esto representó una pérdida de hasta un dólar por hora trabajada. El 68 por ciento padeció al menos una violación laboral durante ese período, lo que representa una pérdida salarial promedio de $51 por día, o $2,634 por año. Si un político propusiera subir los impuestos en esta misma proporción, sería linchado del árbol más próximo.

Y eso no es todo. El estudio corroboró que las horas trabajadas fuera de los horarios normales quedan normalmente impagas, que a los trabajadores se les niega el derecho a tomarse descansos para comer, fijados por ley, o que se les aplica deducciones ilegales (para cubrir el costo de herramientas necesarias para sus funciones, por ejemplo, o para la transportación al sitio de trabajo). Cuarenta y tres por ciento de los trabajadores que se quejaron o que trataron de formar un sindicato sufrieron represalias ilegales: o  bien fueron despedidos o suspendidos, o bien fueron amenazados con el recorte de salarios o con que los iban a denunciar a la migra.

Esta es una economía en las sombras: trabajadores, en su mayoría mujeres, personas de color e inmigrantes indocumentados, que sobreviven a duras penas como empleados en el sector servicios (restaurantes, despensas, servicios de salud, cuidado de niños), la construcción, las factorías o los depósitos de mercadería. La vasta mayoría de estas personas cobra menos de $ 10 la hora. El 89 por ciento de las niñeras ni siquiera cobra el salario mínimo; recuerde esto la próxima vez que alguien le diga que cuidar niños es el trabajo más importante del mundo (y recuérdelo también la próxima vez que vuelva a su casa más tarde de lo previsto y no le page a su niñera la diferencia, o quiera arreglarla con un chocolatín de regalo).

El problema no es que los empleadores desconozcan la ley. “La mayoría la conoce muy bien”, dice Milkman, “pero saben que pueden salirse con la suya porque nadie los controla”. De hecho, California tiene mejores leyes de protección al trabajador que Illinois o Nueva York, pero en Los Ángeles  – según pudo comprobar Milkman- el robo de salarios es superior al de Nueva York o Chicago. ¿Y porqué son tan laxos los controles? “Es el resultado de años de historia”, dice Milkman, a lo que se agrega el crecimiento de la fuerza laboral, las desregulaciones y los recortes presupuestarios en agencias de control (para ser justos, la Secretaria de Trabajo Hilda Solís ha contratado 250 inspectores laborales más; pero esto es apenas una fracción de lo que se necesita). Otro factor es el endurecimiento de los controles de la ley inmigratoria, que ha hecho que los trabajadores indocumentados tengan más miedo a denunciar los abusos de sus empleadores.

En medio de este sombrío panorama, ¿hay alguna buena noticia para dar? Milkman dice que sí, y cita el creciente involucramiento de los sindicatos y otras agrupaciones en la organización de trabajadores de bajos salarios. “Las grandes marchas de 2006 fueron también muy importantes”, agrega. “Demostraron que estos trabajadores quieren mejorar su condición y que pueden organizarse”. En 2009, el poderoso sindicato United Steel Workers fundó la unión de limpiadores de autos de California, integrada en su mayoría por trabajadores indocumentados que prácticamente sólo cobran lo que reciben en propinas. Este nuevo sindicato fue todo un éxito: no sólo consiguió protecciones legales para sus afiliados sino que también, gracias a sus denuncias, contribuyó a poner a algunos empleadores venales tras las rejas.

Los trabajadores del Hot and Crusty de la calle 63 en Manhattan, hartos del robo rampante de sus salarios y otros abusos, buscaron hace poco la ayuda de la organización comunitaria Laundry Workers Center United; también lograron el apoyo del movimiento Occupy. Luego de estos contactos, votaron para formar un sindicato. Todo camino de mil millas comienza con el primer paso. 

Traducción al español por Claudio Iván Remeseira.

Katha PollittTwitterKatha Pollitt is a columnist for The Nation.


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